Ildefonso Falcones: luces y sombras del Modernismo
La fama de Ildefonso Falcones nació en el barrio barcelonés del Born, donde se alza la iglesia que protagoniza la exitosa La catedral del mar. Desde allí, su ficción se fue a Sevilla y a Madrid para sus siguientes dos obras, La mano de Fátima y La reina descalza, y regresó finalmente a la capital catalana para la secuela de su primera novela, Los hijos de la tierra.
Y está claro que su ciudad natal le resulta una buena musa porque allí se ha quedado para su título más reciente, El pintor de almas, aunque cuando hablamos de Falcones, lealtad no significa indulgencia. Si en La catedral del mar retrató con crudeza la vida de los pescadores del barrio de la Ribera, en su nueva obra aborda sin contemplaciones una de las marcas más reconocibles de Barcelona en todo el mundo: el Modernismo.
Sin miramientos, el escritor refleja el conflicto social que supuso en su momento el desarrollo de la ciudad y la construcción de esos edificios tan fotografiados hoy por los turistas. Para que el sueño de la clase burguesa se hiciese realidad, cientos de obreros tuvieron que trabajar en condiciones abusivas. La vida de estos barceloneses transcurría en barrios insalubres, en los que no eran extrañas las epidemias y las perspectivas de futuro no eran muy halagüeñas. La novela de Falcones, muy bien documentada, da cuenta del funcionamiento de la ciudad (y de una época) en todos sus detalles: los prostíbulos que se arracimaban en el recién creado Paralelo, los albores del barrio de la Mina, los cambios en la moda, el trazado de los ferrocarriles y los tranvías, los barrios enteros levantados con sencillas barracas... Dos mundos en conflicto que son el detonante de la novela: un protagonista de familia obrera, anarquista, que gracias a sus dotes artísticas consigue colarse en ese otro exquisito mundo que no le pertenece.
Tal vez uno de los mayores aciertos de El pintor de almas es que se trata de uno de esos libros capaces de decirlo todo sobre un lugar y una época sin que nos demos cuenta. Eso sí: hay que ver el trabajo que da salir de allí cuando lo terminamos.